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75 años del Real Zaragoza

RETRATO, APASIONADO, DE JUAN SEÑOR

RETRATO, APASIONADO, DE JUAN SEÑOR

Dos juanes llegaron en 1981 al Zaragoza, procedentes del Alavés: el líbero Juan Morgado, de técnica depurada, y un futbolista menudo que había despuntado como centrocampista: Juan Señor (Madrid, 26.08.1959). El jugador, rechazado en el Real Madrid por bajito, iba a ser todo un descubrimiento. Pronto demostró --tal vez ante el Boca Juniors de Diego Armando Maradona una caliente tarde de verano-- lo que podía dar de sí: poseía un excelente dominio del balón, ademanes de artista, y tenía visión de juego, picardía, elegancia y coraje. Daba igual donde lo pusiesen; si jugaba de falso lateral tenía algo de hombre invisible que irrumpía por sorpresa con una velocidad letal; si le asignaban su ubicación natural en la media, dirigía al equipo con talento y generosidad, con imaginación y verticalidad. Era un jugador laborioso y técnico: le asignaron pronto los galones de capitán y los asumió por entero con carácter y entusiasmo. Animaba a sus compañeros y exhibía un constante gesto de vitalidad y de rabia que aún se recuerda. En cierto modo, Juan Señor fue el reemplazo sentimental de Carlos Lapetra en la memoria del aficionado zaragocista: el director impecable, el hombre capaz de acelerar un choque o de dormirlo a su antojo, como si fuese un mago.       

Permaneció nueve campañas en el equipo y su rendimiento, su importancia dentro del conjunto, creció día a día. Fue uno de los jugadores esenciales de aquel proyecto campeón que entrenó Leo Benhakker a lo largo de cuatro campañas. Aquel Zaragoza fue de los más brillantes que se recuerdan aquí; figura en la retina del forofo juicioso junto a Los Cinco Magníficos o los zaraguayos de Arrúa, Diarte y Soto. Realizaba un fútbol de ataque espectacular, hermoso en su desarbolada verticalidad, que se iniciaba en un centro del campo prodigioso --con la potencia de Güerri, el trabajo y la calidad de Herrera, el virtuosismo y el disparo de Juan Alberto Barbas, y la invención y la sorpresa de Señor-- y culminaba con Alonso al principio (luego Totó), Amarilla y Valdano. Sin embargo, pese a las expectativas, el Zaragoza sólo alcanzó los puestos sexto y séptimo; y cuarto lo fue --con Luis Costa ya en el banquillo-- en la campaña 85/86, una de las mejores de la historia del club y, sin ningún género de dudas, la mejor de Juan Señor.  
       

El Zaragoza consiguió ser campeón de Copa del Rey ante el Barcelona de Schuster y Víctor Muñoz, tras haber apeado al Atlético de Madrid en semifinales, con un solitario gol de Rubén Sosa. Y Señor, que ya había conseguido la internacionalidad y el último tanto del milagro ante Malta, marcó ante Bélgica el gol que estuvo a punto de clasificar a España para semifinales en México--86, pero además había cosechado quince dianas en la Liga y había sido el máximo goleador del equipo, a mucha distancia de la nueva figura del equipo, el uruguayo Rubén Sosa, el príncipe del gol. En la campaña siguiente, el Zaragoza incorporó al gaditano Pepe Mejías, que siempre jugó por debajo de sus auténticas posibilidades, y al chileño Pato Yáñez, y culminó una gesta europea: llegó a semifinales de la Recopa y cayó ante un prodigioso Ajax, que luego sería el campeón.
       

En la temporada 1988-1989 llegó como entrenador el serbio Radomir Antic, que había dejado una huella magnífica como libre del equipo en dos temporadas a finales de los 70. Señor fue una pieza esencial en esa campaña, pero en la siguiente, en medio de un gran estado de tensión, que incluía enfrentamientos entre los jugadores, el madrileño cayó en desgracia: Antic le arrebató el brazalete de capitán, le prohibió que tirase los penaltis y lo acusó de instigador tras haber insinuado sin modales que los veteranos deben jugar atrás. Fue una etapa desgraciada para la entidad, con divisiones entre la plantilla y desaires constantes que salieron a la luz pública. Con todo, la maestría del pequeño jugador era incuestionable: ejecutaba las faltas como nadie, desplazaba el balón con una precisión absoluta a largas distancias, regateaba, mantenía intacta su visión de juego y esa lucidez innata que otorgan los dioses a los buenos atletas: continuaba fabricando goles de ensueño, golazos de pícaro y los repartía con generosidad entre sus compañeros. El fútbol carecía de secretos para él.
       

En marzo de 1990, durante un entrenamiento, Juan Señor sufrió un desmayo. Fue el principio del fin. En Trento le revelaron que su corazón estaba cansado para la alta competición y se retiró con un palmarés envidiable: cerca de 50 partidos internacionales, 300 partidos en Primera División y 54 goles en su haber, y muchas tardes y noches inolvidables en la Romareda y con la selección, con la cual fue subcampeona de Europa tras aquella final aciaga ante la Francia de Platini, Tigana y Giresse en 1984.
       

Juan Señor es un auténtico ídolo de la Romareda. O debiera serlo: fue un formidable jugador de ésos que hacen época. No reblaba nunca, poseía carisma, astucia, calidad y mucho temperamento; se decía que su autoridad sobre el césped rivalizaba con la que exhibía fuera del campo. Era un líder nato que se entrenaba por su cuenta si lo consideraba necesario. Pertenece a la escuela de los estilistas puros, como García Castany, Villa, Lapetra, Nayim, Scifo, Marcial, Overath o Míchel. Quizá haya pasado poco tiempo para darnos cuenta de que ha sido una estrella incesante cuyo fulgor se prolongó durante una década irrepetible.

2 comentarios

juan torres señor -

llo lo segui era un pedaso de cmtonampista ademas de tener mis apelidos

por comentarlo -

antón c. nació un día antes que Señor