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75 años del Real Zaragoza

ENTREVISTA CON PACO ORTIZ

ENTREVISTA CON PACO ORTIZ

Por Antón Castro .

 

[Hace algunos años, conversé con el gran locutor Paco Ortiz, de la Cadena Ser, que vivió muy de cerca la trayectoria del Real Zaragoza. Recupero esta entrevista, y la coloco aquí en homenaje al inolvidable locutor, ya fallecido, y a todos los zaragocistas]

 

Para algunos Paco Ortiz es gallego, coruñés del barrio de Los Castros, desde donde veía la torre de Hércules se alzaba en lontananza, el puerto con gaviotas y navíos, las playas de Santa Cristina y la ría del Burgo. Ese fue el edén de una niñez más bien tumultuosa donde hubo un poco de todo: sueños de marinería, episodios de estraperlo, peleas y muchas horas de radio en la alta noche del insomnio. En realidad, nació en Valdepeñas. Sus abuelos y sus padres eran maestros de escuela. Su padre, republicano, culto y lector, estaba al frente del Círculo Republicano de Valdepeñas. Olisqueó el fratricidio nacional y llevó algún tiempo al niño a Madrid.
--¿La Guerra Civil? Tengo leves recuerdos de todo aquel jaleo que se organizaba en Madrid: la quema de las iglesias, los bombardeos, la preocupación de no poder salir de casa. Tendría yo cinco o seis años y mi padre estaba detenido en la cárcel de Porlier. Y yo iba con la comida calentita todos los días. En ese momento, esperando en la larga cola que había, vi que salía de la cárcel. Le dije: "¿Te has escapado?". "No, no. Me trasladan a Jerez de la Frontera". Estuvimos un año o un año medio, y de ahí lo trasladaron a La Coruña, donde tenía que pasar por comisaría diariamente. Inhabilitado, decidió montar un pequeño negocio de vinos; al fin y al cabo tenía algunos campos de vid en Valdepeñas.

--He leído que usted tiene una infancia muy soñadora, de fantasías marinas, de leyendas y de barcos.
--Efectivamente. Ver el mar todos los días y ver a todos los barcos que salían de pesca a las seis de la mañana, oírlos después por la noche cuando hacían sonar las sirenas si traían un cargamento de pesca, impresionaba. Y también veía a las mariscadoras de la ría del Burgo donde cogíamos nosotros los berberechos gratis. Esa convivencia con el mar siempre me ha marcado. Sigo siendo un enamorado del mar.

--¿Estaba su padre obsesionado con la Guerra Civil?
--No trató ese tema mucho conmigo, pero se quedaba a escuchar siempre Radio Pirenaica, Radio Moscú, Radio París y eso me aficionó a la radio, de tal manera que yo fui un chico poco comunicativo, incluso con los de mi edad. Además, siempre corren las cosas en una ciudad pequeña y yo era el hijo del rojo. Con lo cual tuve mis problemas que resolví con palabras y a veces con los puños. Era un poco guerrillero. Tuve a un gran profesor, que lo recuerdo siempre, Curiel, padre del militante comunista Enrique Curiel. Daba clases de francés.

--En el prólogo de su libro Medio siglo de radio su hijo Ortiz Remacha insiste en que es usted solitario y esquivo. ¿Es verdad?
--Es cierto. Hablo muy poco salvo en la radio, que es donde tengo que hablar. Soy introvertido. Como me gusta bastante leer y escuchar música, mi mujer dice muchas veces: "Cuando quiero oírte tengo que poner la radio". Cuando hay más de cuatro o cinco personas, me siento un poco violento.

--Eso concuerda con su imagen de hombre, en ocasiones, desabrido.
--Sí. Soy un poco antipático hacia una persona que no me conoce interiormente. No quiero que descubran mis sentimientos hasta que no ofrezco mi amistad. Me gusta la soledad del micrófono y no puedo decir que me haya sentido a gusto con mucha gente.

--Disfrutaba mucho dializando y en su casa había dos radios: la normal de válvulas y otra que habían comprado de estraperlo.
--Sí. Llegaba un buque inglés que era La reina del Pacífico y se quedaba el barco en la bocana del puerto, muy cerca de la Torre de Hércules, para recibir las vituallas que necesitaba. Y claro, el tabaco Craven A o el Abdula lo llevaban a bordo; también llevaban aparatos de radio o perfumes o medias, y yo sabía donde se vendían esas cosas porque también me dedicaba, para conseguir algún dinerillo, a coger ese tabaco riquísimo y a llevarlo a algunos de los cafés y de los bares que había por la calle Oza. Vi un aparatito más pequeño que los normales de corriente eléctrica e hice todo lo posible por conseguirlo. Así ya no tuve que estar pendiente de lo que mi padre quería escuchar.

--Y en esa radio descubrió de repente la BBC...
--En un programa que se llamaba Más allá del río Amazonas. Lo hacían en español para Sudamérica. Hacían entrevistas, comentarios musicales, reportajes, y eso me hacía pensar: "Lo que yo estoy escuchando ahora mismo aquí, en La Coruña, de madrugada, a las tres o a las cuatro, lo oye gente que habla mi mismo idioma más allá del río Amazonas". Eso a un niño de ocho o nueve años le parecía magia. Descubrí bellísima música sudamericana y escuché a Beethoven porque la sintonía de la BBC era la Quinta Sinfonía.

De repente, por cuestión de obras en la calle Real, tomó la calle Oza para dirigirse al instituto que estaba en Riazor y en una librería descubrió el libro Tu futuro es la radio. Lo compró y aprendió a hacer guiones. Con apenas catorce años, niño en pantalón corto aún, escribió El hijo del tuareg, lo pasó en la vieja Hispano Olivetti familiar y lo cursó a la emisora de Radio Nacional. Le contestaron de inmediato, lo recibió con perplejidad el jefe de programas Martínez--Anido, y le invitaron a leerlo un sábado de 1948. Recibió la enhorabuena de locutores casi legendarios como Baladrón, Emilio Díaz o Enrique Mariñas. Siguió escribiendo un guión a la semana y radiándolo. Todo iba viento en popa. Adolescente imberbe aún y osado, empezó a conducir un programa sobre los marineros gallegos que faenaban en el Gran Sol desafiando a la muerte y a las voraginosas olas. Leía las cartas de las mujeres y los hijos de los marineros, algo que haría después en Zaragoza con los mensajes que le llegaban al primer programa nocturno que presentaba.

--Fue el primer programa de madrugada que hubo en España. Mi gran frustración es no haber podido usar el teléfono porque entonces estaba totalmente prohibido. No podía salir a antena ninguna voz que no pasase antes por la censura. Leía las cartas que me escribían desde Alemania, Francia, Bélgica, y las comentaba, aquello fue maravilloso. Es el programa que con más cariño he hecho. Se emitió, de una a cinco de la madrugada, en 1956 después de numerosísimos problemas con la burocracia. Se terminaba la programación normal con el "Viva Franco, Arriba España" y con el himno nacional. Había diez minutos de silencio y yo comenzaba con la sintonía de Lo que el viento se llevó. No se hacían pesadas las cuatro horas porque poníamos mucha música y llevábamos a los artistas que pasaban por la ciudad.

--En 1951 había venido a Zaragoza porque aquí necesitaban un locutor de deportes.
--Sí. Había subido el Zaragoza ese año a Primera División. Mi vida en la radio ha sido una cadena de coincidencias tremendas. El año que yo nací, en 1933, se descubrió el disco blando, las emisoras norteamericanas ya podían grabar fuera y podían guardar ese disco para transmitirlo al cabo de dos o tres o seis días, porque era una cera especial que duraba muy pocos días. En 1948, cuando realicé aquella lectura se inventó el magnetofón de hilo. Y el año que vine se descubrió el disco microsurco. Y hasta mi boda tiene que ver con la radio...

--Es una historia muy romántica y apasionada. Fue usted a entrevistar al maestro de forja Pablo Remacha.
--Pablo Remacha, era un hombre recio, duro, de carácter muy serio. Al estrecharme la mano casi me la rompe. Vino con él una cría que tenía trece años, con unas coletas larguísimas, y de verdad, de verdad que existe el flechazo. Vi aquella criatura y la verdad es que me quedé mudo: tan bonita, tan delicada. Cuando le di la mano, al despedirme, experimenté una sensación extraña, tanto es así que pensaba diariamente en ella. Y yo mismo me decía: "¿Cómo puedo yo, un hombre hecho y derecho, ocho años mayor, enamorarme de una niña?". Tenía mala conciencia.

--Ahora lo llamarían pederasta.
--Intenté hacer amistad por todos los medios con la familia Remacha, no por ver cómo trabajaba el artista precisamente. Ella venía a verme aquí al Pasaje Palafox a los concursos de cara al público; de tapadillo íbamos a los cines tolerados, paseábamos y la gente me miraba de una manera un poco extraña. Yo tenía una vespa, una de las primeras que llegaron aquí a Zaragoza. Se enteraron sus padres de esos paseos y no les sentó muy bien. Era junio y estábamos en un pequeño jardincito de su casa. Les dije: "Pablo, Marcela, tengo que comunicaros algo trascendental para mí y para vosotros. Me voy a casar con vuestra hija". Pablo Remacha me miró de tal manera que me fundió como cuando machacaba el hierro duro. "Paco --dijo--. ¿No habrá pasado algo anormal?". "Pablo, soy un caballero". Ellos aceptaron porque me querían muchísimo también, esperando que la boda fuese dentro de cuatro o de cinco años. "Pero es que esto además va a ser rápido, eh. El 25 de enero". Insistí: "Mira Pablo, aquí hay dos cuestiones. O me caso con ella o la rapto y me la llevo aunque organicemos el escándalo del siglo. No puedo vivir sin ella". Hubo un lío familiar tremendo. Hubo que hacer unos trámites religiosos tremendos y ahí Alfonso, mi hermano, que no aprobaba la idea, me ayudó mucho.

--No me extraña que le guste contar esta historia. Es preciosa y parece inverosímil. Pronto se convirtió en el locutor del Real Zaragoza. ¿Conocería muy bien el campo de Torrero?
--Durante cinco o seis años. Allí asistí a la lesión gravísima de Avelino Chaves. Radiaba en una torreta que estaba justo en el córner donde se produjo la entrada de Olivares. Se oyó el chasquido de tibia, peroné y rodilla, y el grito de dolor de Chaves me ha quedado en el cerebro como una de sucesos más impactantes de mi vida profesional. Perdimos a un gran jugador, era un extremo parecido a Gento: poseía un regate, una velocidad, una visión del fútbol...

--Y hay otra historia que cuenta en el libro: su admiración por Jacinto Quincoces, que fue entrenador del Zaragoza.
--Para mí Quincoces era un ídolo. Yo coleccionaba sus cromos, escuchaba las retransmisiones que hacía Enrique Mariñas de Zamora, Ciriaco, Quincoces, de la selección. Era un jugador al que no pude ver, pero por su manera de ser y cómo hablaba de vez en cuando. Era un señor. El deportista debe ser siempre un señor. él lo era. Afabilísimo, culto. Hablábamos de los grandes conocimientos que él tenía. Me impresionaba su gran humanidad.

--Uno de los periodos más bonitos fue la llegada de Los magníficos. ¿Cómo vivió esa etapa?
--Con Los Magníficos hice amistad personal, cosa que ya no he vuelto a hacer excepto con los jugadores gallegos. Porque ellos sabían que yo no iba a contar nada extradeportivo y tenían la libertad de pedirme un cigarrillo, de pedir café con un poquito de coñac. A mí sólo me interesaban los 90 minutos de juego. No he querido saber nada nunca de la vida particular de cada jugador. Gracias a Los Magníficos fui locutor internacional.

--Le he leído dos anécdotas maravillosas como aquel partido del Zaragoza contra el Leeds.
--Ha sido el mejor partido que le he visto al Zaragoza jamás. Y he retransmitido cerca de 1800 partidos. Era una eliminatoria europea y se tuvo que jugar el desempate en su campo. Estaba el campo lleno, Jackie Charlton era el capitán. El Leeds era un equipo potentísimo, pero, amigo, fueron 20 minutos de juego maravilloso y los nuestros marcaron tres goles. Nunca vi jugar así al Zaragoza. Carlos Lapetra se convirtió en un jugador de ajedrez, dio dos pases pases perfectos a Villa; creo que marcaron Villa, Marcelino y el propio Lapetra. El Zaragoza jugó con una categoría, con un estilo... El público aplaudía a rabiar. Nunca se me olvidará por dos motivos: el árbitro era manco, y porque Jackie Charlton le hizo varias indicaciones para que parase un poco, por favor, que estaban desconcertados. Ellos marcaron dos goles en el segundo tiempo. Cuando se retiraron los jugadores del Real Zaragoza el público no se marchaba del campo: seguía aplaudiendo, hasta tal punto que el delegado del Leeds tuvo que bajar al vestuario y sacarlos con pantalón, con camiseta, con chándal y dieron la vuelta al campo. Al día siguiente, el periódico ponía: "Nos han derrotado, pero lo que hemos aprendido bien vale una derrota".

--Y luego usted cantó el gol de Nayim en París, el gol del siglo para Aragón.
--Para mí hubo dos goles importantes: el que marcó Marcelino a Rusia en Madrid. Otro gol que canté también fue el de Rubén Sosa en la final de Copa al Barcelona. Y el gol de Cardeñosa que casi canté dentro. ¿El gol de Nayim? Cuando vi a Nayim con la pelota creí que iba a pararse un poco, y cuál no fue mi sorpresa cuando le dio al balón y fue tan lenta la parábola, tan hermosa... Fue el gol más largo y el que canté durante más tiempo porque me dio tiempo de tomar aire y fuerza. Fue la apoteosis total. Fue un gol hasta musical. El fútbol cuando se hace bien me suena a música. Pero por desgracia...

--Sí, dígalo, es usted muy crítico con el periodismo deportivo que se hace ahora. ¿No es eso?
--Estoy totalmente desengañado. La figura del locutor narrador ha desaparecido y es una pena porque antes narrábamos el partido completo o, cuando yo empecé con José María García (estuvimos juntos ocho años), él hacía una apostilla o un pequeño comentario y yo narraba el partido. Ahora, ¿qué es lo que sucede? Ahora está un entrenador, un artista de cine, un ex--jugador, un ex--árbitro, un torero, además del comentarista... Y claro, al locutor no le da tiempo a contar lo que pasa, va a terminar desapareciendo. Eso en la parte técnica. En la parte moral, el que se hable más de un presidente, de su mujer o de su amante, de un árbitro, de un consejo de administración, y que no se hable del futbolista, y si se habla de él, se comenta lo que come, con quién sale, lo que hace... El locutor deportivo lo es ahora de sociedad. La gente no ve el partido porque no se lo cuentan y en radio hay que contarlo. El locutor es un narrador directo para una sola persona que quiere saber qué ocurre.

--¿Y no puede ser que usted siempre se haya sentido una vedette y no acepte los nuevos métodos del trabajo en equipo?
--Mire, si yo hubiese sido una vedette hubiera ganado mucho dinero. No me he sentido vedette porque me ha resultado tan fácil, tan sencillo, que no hay mérito ninguno. La radio ha sido mi vida entera y mi ángel de la guarda.

Dicción clara, palabra exacta y pasión contenida por el Zaragoza, el club de sus amores. Esos fueron, y son, los dones de Francisco Ortiz García, manchego fugaz, gallego transterrado, aragonés ilustre, ilustrado e iluminado por el fútbol y la radio. Locutor emocionante: la palabra hecha gol y melodía.

DESPIECE

--¿Cuál es el entrenador que más le ha impresionado?
--Kubala, porque además de que era un gran jugador tenía una muy buena mano izquierda con los jugadores y lo respetaban.

--¿El jugador?
--El brasileño Sócrates me maravillaba. Tenía la música del fútbol, me hubiera gustado verlo en más partidos. Incluso más que a Pelé. Y Carlos Lapetra, el mejor jugador aragonés de la historia, al que me hubiera querido ver jugar en el Madrid o en el Barcelona o en el Milán.

--¿Un locutor?
--Matías Prats. Para mí es el Dios de la radio. El que mejor lo ha hecho siempre. La voz más perfecta, el que ha sabido situar siempre el balón. También Enrique Mariñas, que no era tan buen locutor, pero resumía mejor que nadie los partidos en diez minutos, un resumen que era una pieza literaria. Igual que Antonio Valencia.

--¿La mayor ovación que experimentó en un campo? Quizá el otro día con el saque de honor.
--Realmente no. Me emociono pocas veces. Tengo un corazón de 40 pulsaciones, fue muy bonito, precioso, sin duda. Mi mayor emoción fue cuando dije por vez primera en la SER: "Buenas tardes, amigos oyentes de la Cadena Ser, les habla Paco Ortiz. Comienza para España el Mundial de Inglaterra". El corazón, la verdad, pasó de las 40 pulsaciones.

--¿Qué ha significado el Zaragoza para usted?
--Primero el haberme hecho popular. Luego el haberme proporcionado aquí y fuera un fútbol magnífico. La gente quiere tanto al Zaragoza y yo he estado tanto con el equipo que tal vez comparta ese cariño también conmigo.

--¿Un profesional y, sin embargo, amigo?
--Hubo un gran profesional, y lo sigue siendo, que es José María García, que no tiene una gran voz, pero es un gran comunicador. Estaba preocupado cuando empecé con él a partidos de la selección española por si me iba a comer el micrófono y no me iba a dejar hablar. Pero nos llevamos perfectamente y nos compenetramos muy bien. Yo no conviví con él, fue un gran compañero pero no tuve la oportunidad de ser un gran amigo suyo.

--¿Tu poeta?
-Me ha gusto mucho recitar a Lorca, dice cosas muy bellas, y me ha gustado sobre todo leer a Juan Ramón Jiménez, tanto en prosa como en verso.

--¿Un músico?
--Soy un enamorado de Vivaldi, todas las noches me acuesto con Vivaldi, tengo todas sus obras y lo conozco muy bien. Sus grandes sinfonías entroncan perfectamente con mi espiritualidad. Lo que más me ha gustado ha sido la música. El que ama la música creo que ama la vida y se convierte en una criatura mucho más humana. Hablo de la música y de las bellas canciones.

--¿Y la palabra?
--La palabra está en La Biblia, el verbo, y además es lo que nos distingue de los animales. Porque claro, físicamente, no sé si descendemos del mono o de lo que sea, pero la palabra nos pone en comunicación con las demás personas y a través de ellas enamoramos a nuestras mujeres, hacemos amigos y enemigos. Luego, la palabra es el hombre.

--¿Cómo le gustaría ser recordado?

-Como una voz en compañía, una voz familiar, una voz que ha estado en los hogares, que ha comido y ha viajado con ellos. Un amigo desconocido. Un locutor no tendría jamás que ser visto, es la voz la que llega, la que enamora, la que ilusiona.


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