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75 años del Real Zaragoza

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

[El Real Zaragoza prepara una gran exposición sobre su historia, su significación y el mundo del fútbol para el próximo mes de octubre, en  el palacio de Sástago. Soy el coordinador del proyecto, y trabajo con un puñado de profesionales de la  empresa audiovisual Videar y en colaboración con los responsables del equipo, que acaba de fichar a ese fantástico jugador que es Fabián Ayala. Hasta que llegue el día de la exposición, irán apareciendo en este blog noticias, retratos de jugadores, textos viejos y nuevos de mi cariño por este club y de la preparación de la muestra. Recupero de mi fondo de armario este texto, que creo que se publicó en el diario “Equipo” hace algo más  de un lustro.]  

Siempre nos quedará París  

Cuando era niño allá en Arteixo (A Coruña) --la patria de Arsenio Iglesias, que luego sería entrenador del Zaragoza y lo haría campeón de Segunda División-- tenía un ejército de botones y una caja de cromos que renovaba todos los años. Era aficionado a leer el As Color y de vez en cuando me encontraba con reportajes históricos, con leyendas del fútbol del pasado, que firmaba Julián de Reoyo. Así conocí los nombres de Yarza, o la delantera de Los Cinco Magníficos, que me aprendí de memoria a principios de los 70: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.          Entre los cromos del Zaragoza, recuerdo con toda nitidez la cara marcada y laboriosa de José Luis Violeta, el empaque de un arquero como Javier Izcoa, que haría gloria en el Granada, la complexión de Fontenla, interior y paisano, etc. Aquel Real Zaragoza pronto se convirtió en uno de mis equipos favoritos --tras el Depor de Manolete, Vales y Cervera, y el Barcelona de Asensi, Rexach y Fusté--, y en los partidos que yo inventaba en el suelo del salón con los botones daba vida a los inolvidables blanquillos de los 60. Un vecino, emigrado de A Costa da Morte, conocía a Marcelino Martínez Cao y otro a Severino Reija. Fue así como, con doce o trece años, aquellos futbolistas remotos se convirtieron en pequeños héroes que recuperaban su juventud y su fulgor de antaño, de ayer mismo, en mi milagrera imaginación de cronista deportivo.        

Luego la pasión zaragocista se acrecentó con la presencia de Pablo García Castany, Arrúa y Diarte. Violeta, forzoso es decirlo, tenía un almario propio en mi corazón: lo seguí en los partidos del televisor, en las infaustas tentativas de su marcha al Madrid, en aquella desgraciada jugada con Miguel Reina que le costó su despedida de la selección de Kubala. Con Arrúa disfrutaba de lo lindo, aunque al diez paraguayo jamás le pude perdonar su rivalidad manifiesta con Jordao, que sería otro de mis ídolos. Y lo era no sólo por lo bien que jugaba al fútbol, por sus regates y por su calidad técnica de seda y saudade, sino porque lo emparentaba con aquellos portugueses del circo --maravillosos y enigmáticos para mí-- que plantaban su carpa en el campo de fútbol donde Arsenio entrenaba a sus pupilos poco antes de que se hundieran en Segunda División. En aquellos momentos de paradojas interiores, García Castany era mi jugador predilecto: coleccionaba sus entrevistas, recortaba las crónicas donde se recogían y se comentaban sus goles, como aquellos tres que le endosó al Madrid en 1975 en la memorable noche del 6--1, y coleccionaba sus fotos de prensa. Siempre he sido mitómano, y con el fútbol mucho más: colocaba a García Castany a la altura de Gerson, Maneiro, Lubanski, Dobrin y Gianni Rivera; era así de exagerado. O de comedido. Sin haber estado nunca en Zaragoza, ya me había familiarizado con La Romareda, con el Ebro y con la historia del club. Y recuerdo que me decepcionó que un cabezazo de Gárate alejase a los aragoneses de la Copa del Rey en junio de 1976.
        

Desde aquí he seguido al Zaragoza con un entusiasmo intermitente. Me encantaba aquel formidable equipo de los 80, liderado por Leo Benhakker, que hizo soñar a todo el mundo con la magia inesperada y la ciencia del pase de Juan Señor, la proyección de Barbas, la ambición y el remate de Amarilla y la sólida complementariedad de Jorge Valdano. Pero el momento que me ha emocionado más se produjo cuando el Zaragoza trajo a Nayim del Nottingham Forest: adoraba al jugador desde sus tiempos del Barça de Terry Venables, lo consideraba el incomprendido, un futbolista increíble dotado de una técnica admirable, grandiosa, mezcla de visión, audacia y malabar. Para mí era el nuevo García Castany.
        

Me dolía cuando no jugaba, cuando decían que era intermitente. Seguía siendo tan forofo como cuando era niño. Nayim despertaba en mí la vieja idolatría hacia García Castany. Aquel equipo del 94 / 95 iba más allá de Nayim, mucho más: jugaban todos. Todos. Desde Cedrún o Juanmi hasta Esnáider; allí andaban el lanzador Poyet, la inteligencia pausada y exacta de Aragón, la enloquecida carrera de Higuera, la sabiduría lenta y letal de Miguel Pardeza. Y con ellos, Mohamar Ali Amar, Nayim: invisible a veces, dominador, astuto, raro y con frecuencia brusco. El Zaragoza paseó su candidatura por Europa y fue tumbando rivales: Feyenoord, Chelsea, y por fin el Arsenal en la memorable noche en que París fue una fiesta aragonesa.
        

De súbito, cuando los dos equipos agonizaban y no se presumía otro destino que el azar de los penaltis, surgió la testa alzada y la diestra de Nayim: miró un segundo y atisbó, entre la jauría y la medianoche vencida, un agujero para la inmortalidad en la misma red. Golpeó y apenas tuvo tiempo de pensar que por el cielo avanzaba una bala de fuego, el impacto ideal, la jugada que sueña quien ansía la eternidad: el gol del siglo. Un gol al límite, dramático, irrepetible, veloz como una centella, inaprensible como un suspiro de amor.
        

Aquel milagro constituye un lugar de la memoria al que volver, el edén del anhelo largamente acariciado, el tesoro de la afición. Nayim nos hizo dichosos a todos. Y para mí, secretamente, cerró un círculo que había nacido con los cromos, en las páginas del As color de los miércoles con Los Magníficos, que se graduaron en Europa en 1964, y en los heroicos partidos con mi ejército de botones mientras, en la calle, se desmandaba la lluvia. El ceutí se morirá en París un día de aguacero del cual tiene ya el recuerdo...

 

RETRATO DE VÍCTOR FERNÁNDEZ

RETRATO DE VÍCTOR FERNÁNDEZ

Cuando nadie lo esperaba surgió Víctor Fernández de las categorías inferiores. Traía el entusiasmo de quien desea beberse todo el fútbol del mundo y de poner en práctica nuevos sistemas, basados en la belleza, en la verticalidad y en la alegría. Néstor Rocco construyó un Milan perfecto, que abrillantó años después Arrigo Sachi; Marinus Michels concibió un Ajax ideal, casi invencible, y desarrolló la teoría del fútbol total con “La naranja mecánica”; Cruyff diseñó la estrategia del rondo y la posesión del balón una década después. Radomir Antic y Leo Beenhakker engrandecieron al Real Zaragoza.

Viéndolos, analizando sus combinados, estudiando en secreto, ante el vídeo o en pizarras imaginarias, se forjó Víctor. Se afanaba en trasladar al campo su combinatoria de movimientos y de toques, se empeñaba en que La Romareda recuperase la leyenda no tan lejana de “los Cinco Magníficos” o de “los zaraguayos”. Y, de alguna manera, lo logró: su equipo ganó dos títulos importantes: una Copa del Rey y una Recopa, ésta en la noche más intensa y desbordada para cualquier forofo. Nayim, el elegido de Dios, cazó un balón perdido en el último segundo prácticamente, miró al cielo y al arquero Seaman, y marcó el gol del siglo.

En la banda, Víctor, el aprendiz de Sacchi, el discípulo aventajado de Cruyff, el heredero de Luis Belló, obtenía su recompensa. Él había labrado un equipo para la historia –Juanmi o Cedrún; Belsué, Aguado, Cáceres, Solana; Nayim, Poyet, Aragón; Pardeza, Esnáider e Higuera; y en la banda, esperaba un tal Cafú, nada menos-, y éste le correspondía en París: le regalaba un título para siempre, una noche de la que se seguirá hablando dentro de dos siglos, la felicidad para todos. El fútbol es así: la épica de las victorias se vive como el hermanamiento más hermoso. Aquel elenco se había bordado hilo a hilo, pieza a pieza, jugada a jugada, con la paciencia de quien desea desesperadamente la gloria.

         Víctor Fernández se fue a otros lares a proseguir su aventura y a ensanchar sus conocimientos: al Tenerife, al Celta de Vigo, al Betis, al Oporto. Su nombre entraba en esas maliciosas quinielas de los candidatos a todo. Unos lo situaban en el Madrid; otros, en la selección. Casi una década después ha vuelto a casa, con una obsesión: encontrar de nuevo el secreto del tesoro, el talismán del buen balompié, la mecánica celeste del juego, un juego trenzado y moderno donde todos corran, y defiendan, y transmitan que el espectáculo empieza allá abajo, con el diabólico vértigo de las botas. Víctor Fernández  regresa con el ansia de un cometido: madurar un estilo, construir otro equipo inolvidable. Así, la gente volverá a identificarse con unos colores, con una tradición, con la épica del delirio. Se juega como se vive, se juega como se está en el mundo. Víctor Fernández ha vuelto para que los domingos sean mucho menos melancólicos.

[El primer año del retorno ha cumplido las expectativas: el equipo ha vuelto a Europa en una temporada irregular de juego, especialmente al final, pero la ambición, el bloque y la puntería de Diego Milito han hecho lo demás.]

ENTREVISTA CON ÁNGEL AZNAR*

ENTREVISTA CON ÁNGEL AZNAR*

El despacho de Ángel Aznar Paniagua está dedicado al fútbol casi por completo. Una inmensa foto recuerda la noche mágica de 1986 en la que el Real Zaragoza, tras veinte años de sequía de títulos, tumbaba al Barcelona en la Copa del Rey: Aznar, presidente del club entonces, sonríe con los monarcas. En las estanterías hay manuales y reglamentos de fútbol, periódicos encuadernados, historias de equipos de toda España y de Aragón, desde una monografía sobre el Tarazona hasta los tres tomos ilustrados del fútbol vaso, pongamos por caso, y esos objetos minúsculos que adornan la afición por un equipo: insignias, escudos, balones, miniaturas del alma del forofo. Ángel Aznar conserva los primeros libros que se han escrito sobre el Real Zaragoza, por ejemplo el de Miguel Gay, y cartas de fundación. Pero su mayor tesoro, dice, “mi especialidad, es el inmenso archivo de 20.000 fotos digitales”. Abre su ordenador McIntosh y muestra ese inmenso árbol de documentos de toda índole: fotos de equipos y jugadas, retratos de estudios de los jugadores, caricaturas de Sanz Lafita, Lalinde o Nilo, carnés, tomas de fechas importantes. Ahí está la leyenda del Real Zaragoza a través de las instantáneas de Gerardo Sancho, Marín Chivite, Luis Mompel, García Luna, Calvo Pedrós y tantos otros. Y todo tiene ese viraje sepia que le ha dado el tiempo amarillo a los días que han pasado.        
Ángel Aznar sitúa el cursor sobre una de esas carpetas, que huelen a gesta antigua, a evocación de un ayer que se ha tornado glorioso en los meandros de la memoria, y recuerda que está escribiendo una historia de 300 páginas sobre el fútbol aragonés, desde los orígenes hasta hoy. Él, entre otros libros y proyectos en los que ha colaborado de modo muy directo, es autor de “El largo camino hasta la Recopa. Historia y anécdota del Real Zaragoza” (Edición del autor, 1995). Pasa las páginas ya maquetadas y señala que el fútbol llegó a Zaragoza en 1885, que la primera noticia aparecida en prensa se remonta a 1903, y que los primeros balones se vendían en el establecimiento de Francisco Grasa, La bola dorada. Dice que el primer campo de juego, más allá de las calles, fue el de Salesianos, donde “hasta Luis Buñuel hizo sus pinitos de futbolista”. Ángel Aznar (Zaragoza, 1947) informa: “He invertido en este archivo más de diez años. Se dice pronto. He hablado con coleccionistas, he visitado los archivos fotográficos, y he querido que fuese un archivo digital porque siempre he devuelto todos los materiales a sus dueños”. Al fin y al cabo, sugiere, se trata de un material sensible. Son los papeles de la emoción.
 

-¿De dónde le viene tanta pasión por el fútbol?
-Desde niño. Nací en la calle Alonso V, en las Tenerías, y siempre me recuerdo jugando. Más tarde, mi padre compró una casa en la Ciudad Jardín, y en las plazas hacíamos nuestros juegos infantiles. Por entonces, apareció la familia Royo, que eran cantadores de jota, artistas, y allí coincidí con Ángel Royo, que sería lateral izquierdo del Real Zaragoza. Y también estaba Antonio Royo, que jugaba en el Arenas y me pareció el mejor futbolista que yo he visto en toda mi vida. Murió joven, y quizá tienda a idealizarlo, pero me parecía fantástico. Y por allí también andaban los Chopos y los Pinillas. Así empecé a soñar con el fútbol. 

-¿Y luego?
-Llegué a jugar. Pensaba en el fútbol el día completo. Era el pan de cada día. El sueño más constante. Llegué hasta los juveniles del Real Zaragoza, pero me mandaron a las filas del San Lamberto. A pesar, de ello todos los jueves entrenábamos en La Romareda. Nos llamaban y echábamos un partido. He jugado varias veces contra  “Los magníficos”. [Ángel acude a un álbum y muestra su rostro barbilampiño y su chándal sudado; al fondo, corretea Eleuterio Santos].    

-¿Y qué tal?
-Se veía su calidad, sus ganas de agradar, su sentido de la competitividad. Jugaban que daba gusto y en serio. Se divertían y querían ganar. No se te ocurriese hacerle un túnel a uno de ellos, que ya se armaba. Recuerdo que le hice uno a José Luis Violeta y retrocedió hecho una furia, como un caballo de carreras, ja, ja, ja. 

-¿Se terminó ahí su carrera hacia el estrellato?
-No, no. Pasé a un equipo de aquí, el San Antonio, y poco después, tendría yo alrededor de veinte años, me llamó el Real Madrid para que probase con ellos. Lo hice en dos ocasiones: entrené el cuatro de julio de 1968, y jugué un partido de aficionados contra el Carabanchel tres días después en un conjunto que tenía a Mariano García Remón de portero titular. Ganamos 6-0 y marqué un gol de falta. Yo jugaba de interior, y había marcado 35 goles en el San Antonio porque también tiraba las faltas. 

-¿Por qué no se quedó en el Real Madrid?
-Me puse a estudiar ingeniería. Era muy complicado irme allí. Es cierto que no llegamos a negociar nada, que no hablamos de dinero. Tampoco recibí llamada alguna más tarde. Mi padre me dijo que no podía pagar mi estancia en Madrid. Jugué luego en otros equipos, pasé a veteranos y finalmente me hice entrenador y llegué a dirigir, en Salesianos, a un joven llamado Víctor Muñoz. Fue el mejor jugador infantil que yo he visto nunca. Con catorce años ya era extraordinario. 

-El joven entrenador acabaría de presidente del Real Zaragoza.
-Todo se precipitó cuando se produjo una escisión en la Federación de Fútbol Sala. Entré yo de presidente, logré incorporar a 300 equipos y en apenas dos años esa actividad explotó y se consolidó en la ciudad. Más tarde, tras la dimisión de Armando Sisqués, llegué a la presidencia del Real Zaragoza. Contraté a Rubén Sosa, Pato Yáñez, que venía del Valladolid, y a Pepe Mejías, pongamos por caso. Mejías acaba de estar en Zaragoza, y apenas ha cambiado. Le encanta el flamenco y la guitarra. Siempre ha tenido una madurez especial. Recuerdo que cuando vino, lo fuimos a recoger al aeropuerto, comimos en el Gayarre y en los postres, saca una cajetilla de tabaco y me dice con total naturalidad: “¿Lleva fuego, presidente?”.  

-¿Cómo vivió el año y medio que fue presidente del Real Zaragoza?
-Con mucha intensidad. Yo soy de los que se entrega a tope o no es capaz de nada. Las medias tintas, el figurar por figurar, no van conmigo. Intento ser coherente con mi carácter y con mis impulsos. Lo cual a veces es una pequeña desgracia, porque ser moderado es lo más bonito que existe. En el Real Zaragoza pasé momentos inolvidables: ¿Sabe usted que Chomín, el utillero, era artista de teatro, actor cómico de zarzuela, me había tenido en brazos cuando yo era niño, y ahora trabajaba conmigo? 

-¿Qué reflexiones le merece su gestión?
-Tengo muy buenos recuerdos. Intentamos insuflar aire joven, contagiar ilusión. El club entonces andaba anquilosado y fatigado. Yo tenía 37 años y me pareció que era necesario abrir la puerta a otras gentes. Nos compenetrábamos con los futbolistas, iba con ellos en autobús a todos los sitios como un aficionado más. Fuimos cuartos en la Liga 1985-1986 y campeones de la Copa del Rey, ante el Barcelona. El equipo, 20 años después, volvía a lograr un título. Ya en la temporada anterior habíamos llegado a las semifinales. 

-Permaneció en el club desde octubre de 1984 hasta el verano de 1986. Con esos éxitos, ¿por qué se fue?
-Creo que con la madurez he ido adquirido cuajo. Pero entonces, con 37 años, no resistí la presión. Y la que había que soportar aquí era de envergadura. No estaba preparado para las críticas, y si le soy sincero tampoco las entendía del todo. Acabábamos de ganar la Copa, habíamos sido cuartos en la Liga, habíamos estado 14 partidos sin perder, que creo que sigue siendo el récord de triunfos del Real Zaragoza… Me dije: “Si me tratan así, si me critican con tanta ferocidad cuando las cosas van bien, cuando vayan mal, qué harán”. Pensé, además, que tenía, y tengo, una empresa con una cartera de clientes de más de 1.000 personas: si se decían aquellas cosas de mí, si era vapuleado así, al final acabaría por perderlas. No estaba a gusto y dimití.  

-De acuerdo. Lo que no deja de ser sorprendente es que luego escriba la historia del Real Zaragoza en dos volúmenes.
-En realidad, es un empeño que nació de ese periodo anterior. En una ocasión, se me acercó Ignacio Paricio y me dijo que se iba a cumplir el primer medio siglo de “Los alifantes”. Lo miré y le dije: “¿Quiénes son ‘Los alifantes’?”, el equipo de 1935-1936 que subió a Primera División. Yo no tenía ni idea. Llevado por mi desconocimiento, empecé a investigar. Tampoco había mucho. Casi a la vez que yo escribía mi libro, sin saberlo, Pedro Luis Ferrer y Javier Lafuente redactaban otro gran libro para Mira. 

-Recuerda usted en el prólogo la importancia de don Ignacio Paricio Frontiñán.
-El doctor fue indispensable. Me invitó a su casa y puso a mi disposición su estupendo archivo fotográfico sobre el Real Zaragoza y la prodigiosa memoria que tenía. Me contaba mil y una anécdotas. Eso me permitió estudiar y conocer bien los orígenes del fútbol y del Real Zaragoza: el Iberia, el primer Zaragoza. Él, que tenía una espléndida colección de fotos, me contagió el cariño a la historia del club. Luego, siempre recordaré una comida con “los alifantes” que quedaban: Lerín, Juanito Ruiz, Inchausti, Municha, Pelayo. Vivían la historia del club como si estuvieran en 1935 o 1936. Se emocionaban, lloraban. También he conocido al doctor Alvira, el capitán y extremo derecho del equipo fundado en 1921, el Zaragoza F.C. Y conocí en San Sebastián al capitán del Zaragoza “tomate”, Román Unanúe. Todo ese mundo debe consolidarse en la Fundación Real Zaragoza. 

-¿Por qué?
-Es un tema decisivo, al que Eduardo Bandrés y Agapito Iglesias le han hincado el diente. La Fundación defenderá esos valores eternos del club: la memoria histórica, los colores, el escudo, la proyección social, los carnés, los socios. Todo eso. Por una parte, por decirlo así, va el equipo profesional, y por otra todo esto, que es nuestro pasado y nuestro patrimonio. Además, por poner un ejemplo, se ahorra mucho dinero: mediante la ley de Mecenazgo, si el equipo invierte 6 millones de euros en apoyar las categorías inferiores y el fútbol modesto, tendría una exención fiscal de 1.5. Es muy importante: aquí nos jugamos el futuro, la proyección del equipo que celebra en 2007 su 75 aniversario. 

-¿Cuál es la importancia del fútbol y del Real Zaragoza?

-No recuerdo ahora quién dijo aquello de que el fútbol era la cosa más importante de las cosas menos importantes. Lo suscribo. La importancia del Real Zaragoza está ahí: tendríamos que movernos entre la tercera y la sexta plazas. Siempre. Al menos eso es lo que deseo.

*Ángel Aznar es expresidente del Real Zaragoza y, junto a Pedro Luis Ferrer, uno de sus grandes estudiosos, uno de sus mayores apasionados. Esta entrevista se publicó en la sección "Clásicos y modernos" de "Heraldo domingo". En la foto, el equipo zaragocista que ganó la Copa del Rey, ante  el F.C. Barcelona. El equipo está formado por: Casuco, Juliá, García Cortes, Juan Carlos, Cedrún y Herrera. Acuclillados: Pinilla, Güerri, Rubén Sosa, Señor y Pardeza.   

GALLETTI, EN AVISPAS Y TOMATES ESTA NOCHE

Luciano Martín Galletti, “el Huesito”, es el invitado de esta noche en el programa “Avispas y tomates”, que conduce Juan Martínez y dirige Javier Gil Esponera, producido por Chip para Aragón Televisión. Galletti llegó al Real Zaragoza el verano de 2001 y debutó ante el Español con un resultado adverso el 26 de agosto. Aquel fue un año aciago, y el equipo descendió a Segunda División. El Real Zaragoza recuperó la categoría, con Galletti como uno de los artífices, y en el verano de 2004 se produjo su mejor momento: venció al Real Madrid en la Copa del Rey.

Galletti, el jugador que nos hace recordar a René “el loco” Houseman, marcó el definitivo gol de la victoria, cuando se acariciaba la prórroga: 3-2. Fue un gol tan formidable, in extremis ya, que mantiene alguna semejanza con el disparo inolvidable de Nayim. El arquero entonces era César, actual guardameta del equipo. Fue un disparo desde fuera del área, potente y cruzado, ajustado a media altura cerca del poste. Galletti aún consiguió otro gran éxito con los blanquillos: ganó la Supercopa ante el Valencia. Tras permanecer cuatro campañas en el club, se marchó al Atlético de Madrid, ese equipo errático y extraño, donde no ha cuajado del todo. Por ahora.  

Ha vestido siete veces la camiseta de Argentina. Se trata de un jugador rápido, atrevido, de desborde, que posee buen disparo. Recuerda, en ocasiones, a algunos extremos clásicos del Real Zaragoza: tal vez a Laureano Rubial, en concreto. En alguna ocasión, fue el capitán del equipo.

PASAPORTE A EUROPA. GOLES E INCERTIDUMBRE

PASAPORTE A EUROPA. GOLES E  INCERTIDUMBRE

Zaragoza, sobre las 21.45, apareció envuelta en un  diluvio universal un tanto doméstica. Tras dar muchas vueltas, logré aparcar en la calle Fueros de Aragón. Llamé a Daniel a ver si tenía un paraguas. Me dijo que sí. Eran las 21.50 o más ya cuando me dio un paraguas un tanto vergonzante. A los paraguas se les rompe una varilla y se vuelven patéticos. El Zaragoza ya estaba a punto de empezar a mover la pelota. Ya eran las 21.55 horas. Pepe Melero, como un ángel de socorro, me llamó: “Pero, calamidad del mundo, ¿dónde estás? Qué desastre eres”. Dije, cuando casi había decidido lo contrario, volver a casa, a Garrapinillos: “Allá voy”. Y crucé San Antonio María Claret, la calle Cerbuna, el pasaje de los cine Renoir, a todo correr con mi desastroso paraguas.

La escena debía ser bastante surrealista: un tipo de traje marrón a rayas, a lo Giuliano Gemma, bastante menos elegante y apuesto, todo hay que decirlo, participaba en una ilusoria película bajo la lluvia de “Maratón man”. A las 22.10, antes de que el Real Zaragoza marcase, llegué al estadio. El campo parecía un escenario de sueños, un espejismo verde y luminoso azotado por los relámpagos y por una galaica lluvia. Eduardo Bandrés miraba al equipo y a sí mismo en el televisor. Pronto distinguí a los míos, allá abajo. Cuando marcó el primer gol Milito, lo canté un par de segundos antes. Darcy Silveira Canario apostilló con su idioma  híbrido: “Vaya disparo le ha salido. Es el disparo de su vida”. El partido se puso precioso de inmediato: el Real Zaragoza jugaba en bloque, al compás de Diogo y D’Alessandro, al ritmo de los gladiadores Movilla y Zapater, que preparaban las galopadas de Milito y Sergio García. El “cabezón” aragentino ensayó un taconazo impresionante; si hubiese sido gol, La Romareda se habría venido abajo. A mí me gusta ese tipo ciclotímico: posee una excelente zurda, y ayer cuajó un buen partido. Cada vez  pasa mejor a la primera, combina bien con Diogo y quiere siempre el balón. Milito pasa bien al lateral uruguayo, que llega desde lejos y cruza uno de esos disparos mágicos que sueña un defensa de recorrido. Era el segundo tanto. La Romareda, intoxicada de embeleso, se puso a cantar.

          Sergio Fernández falló en un despeje, se confió y abusó de su lentitud, Aduriz fue más pillo y más veloz, y facilitó que el Bilbao redujese distancias. Cuando volvía el miedo a La Romareda, Sergio García enganchó un disparo cruzado y lo instaló en la escuadra con un impresionante impacto. Los tres primeros goles del Real Zaragoza fueron espléndidos: nacían del juego de conjunto, de la entrega, de una fluidez entre mecánica e imaginativa que da gloria verla. El cielo seguía erizándose de rayos y de truenos. Tenía algo de cuadro de Patinir. El cuarto tanto nació del achuchón: dio la sensación de que Sergio  Fernández se resarcía de su error, aunque en realidad quien cabeceó fue Murillo.        

En el descanso, conversé con Arnaldo Félix, el presidente de la Asociación de Peñas del Zaragoza. Me recordó la fiesta de peñas del 23 y 24 de junio, me recordó que está pasando por un periodo de convalecencia –ha sufrido una misteriosa anemia, de la que se está recuperando- y de estrés, y estaba muy feliz con la gran noche del diluvio. Pepe Melero, el flamante consejero, el hombre que mejor rejuvenece de Aragón en el último siglo, apareció por allí. Hacía casi dos meses que no nos veíamos. Estaba radiante: el partido era espectacular, los goles habían sido de una extraordinaria belleza y se aseguraba la UEFA.
        

En la segunda parte, Diegol Milito y Sergio García marraron varias ocasiones claras, y un penalti que el Bilbao era un equipo de Primera División. Aún hubo un tercer tanto visitante, el tercero de Aduriz en su gran noche inútil, tan lejos de casa. La Romareda se convirtió en una olla a presión de pánico y de incredulidad. Algunos cerraban los ojos; otros abandonaron el palco cinco minutos antes. Dani e Iríbar se lamentaban, empujaban. Dani no se quitó los cascos en toda la noche. Iríbar sigue siendo un chopo con la cabellera cana. El cielo se estremecía de fuegos homicidas. El cuarto árbitro anunció que quedaban cinco minutos. Impresionante. Se multiplicó la espiral de pesimismo.
 Al final, el Real Zaragoza venció y se aseguró, prácticamente, la UEFA. Víctor Fernández deja temblando algunas incertidumbres en el aire: ¿Por qué no ha jugado más en este  bloque Ewerthon? ¿Por qué no ha sido el jugador número doce? ¿Por qué no ha dispuesto de más minutos y responsabilidad Longás? Anoche, con poco tiempo, hizo cosas espléndidas. El presidente, Agapito Iglesias y sus consejeros fueron a felicitar a los suyos. Pese al susto, había sido una noche épica con un final feliz.  

*Esta foto de la victoria la publica hoy "Heraldo" y corresponde a esa magnífica profesional que es María Torres-Solanot.

EWERTHON, INVITADO HOY DE "AVISPAS Y TOMATES"

EWERTHON, INVITADO HOY DE "AVISPAS Y TOMATES"

Ese sabio de fútbol, y en particular del Real Zaragoza, que es Paco Giménez repasaba hace algo más de un año en su ordenador cuatro o cinco secuencias: Ewerthon Enrique de Souza, vestido con la camiseta amarilla del Borussia de Dortmund, desde el puesto de mediapunta atrapaba distintos balones, caracoleaba aquí y allá, irrumpía desde atrás y marcaba con un misil. El gol más hermoso me pareció aquél en el que recibía la pelota de espaldas, orientaba el control hacia delante y soltaba un trallazo desde 30 metros. Paco Giménez pasó esas imágenes varias veces. Ewerthon, que había jugado cuatro años en Alemania y había logrado 50 goles, tenía algo de delantero eléctrico, de ciclón moreno que no le hacía ascos a nada. Ya se atisbaba que no era un jugador elegante ni un driblador: era rápido, con enormes reflejos y decidido. La tradición de extremos diestros brasileños no es nada desdeñable: ahí están, entre otros, Garrincha, Canario, Jairzinho, Müller o Bebeto. Aquí están, en la memoria del Zaragoza, otras figuras como Juanito Ruiz, Miguel, Canario, Rubial, Ramírez, Pato Yáñez o Miguel Pardeza, entre otros. Son jugadores muy diferentes, pero han dado lo mejor de sí mismos pegados a la cal. Ahí, encerrados, han sido capaces de fabricarse una senda, una vereda de exploración, un laberinto ideal para sus carreras y sus centros.

Ewerthon no se anda por las ramas. No es un burlador junto al córner, ni un contorsionista. Tiene elasticidad, vibración interior, fuerza, pero no es Garrincha, “la estrella solitaria”, el rey del amague y de la línea de fondo. Juega de otro modo. Conoce sus límites y eso le da una certeza íntima. Lo suyo es la geometría, la secuencia de pasos y de pases en largo, el desafío de romperse el alma en las carreras como un velocista, la huida al galope antes de que el rival reaccione. Lo suyo es la rapidez exenta, explosiva, incontenible. Ewerthon es un caballo oscuro que busca césped para correr, espacios para solazarse, y que es capaz de establecer pactos con otros compañeros: con Óscar, con Diegol Milito. En el año 2006, le marcó al Real Madrid un golazo semejante al que vimos en el ordenador de Paco Giménez: chuta desde lejos con precisión y potencia. Ha logrado doce tantos en la Liga y ocho en la Copa. No está nada mal.

         Ewerthon es el atleta incisivo e incansable que siembra el pánico desde la frontal del área. Cualquiera sabe que levantará su vuelo majestuoso hacia la portería o que buscará el trallazo inapelable. O si no, por ahí, a su lado, llega y se ofrece “el Príncipe” Milito…

Avispas y tomates. Producción de Chip. Presenta: Juan Martínez. Dirige: Javier Gil. CARTV. Lunes, a las 21.30. Invitado de hoy: Ewerthon.

I CRÓNICA: NUNCA DIGAS ADIÓS A LA CHAMPIONS

I CRÓNICA: NUNCA DIGAS ADIÓS A LA CHAMPIONS

I CRÓNICA. ZARAGOZA-RACING (PASIÓN SIN GOLES)

 

El Real Zaragoza y el Racing de Santander han empatado a un gol. El primer tiempo fue más bien anodino: el Santander pareció llevar la batuta, empujar con más intensidad, y el Zaragoza no acababa de combinar. Era incapaz de trenzar jugadas. El rostro de Víctor Fernández (por cierto, el entrenador parece ir todos los sábados al peluquero) mostraba toda su desolación: los blanquillos no controlaban el juego. Andaban erráticos, sin brújula, faltos de profundidad. Y el Racing, como siempre este año, se escudaba en la sobriedad de su arquero Toño, la solidez de Garay, el trabajo de juvenil indesmayable y prometedor de Munitis y el peligro de Zigic. Una llegada de Diogo, que envió demasiado alta una vaselina, fue el mayor peligro. 

En la segunda parte, Víctor ordenó un cambio: Celades, que había pasado inadvertido, dejó su sitio a Lafita. El míster quería más velocidad y un desarrollo más vertical. Había que ganar con la mejor cara del equipo: el juego de fantasía. Zapater se quedaba solo en la zona ancha: sería el medio centro de contención y de despliegue. Aimar dispondría de más llegada por el centro, y D’Alessandro debía hacer lo que mejor sabe: penetrar, acompañar a Juanfran, perfilar los desmarques de Milito y centrar con esa rosca endemoniada. La segunda parte fue muy diferente: el Real Zaragoza jugó mucho mejor, dominó de principio a fin, prácticamente, y generó muchas ocasiones por tierra, aire y mar. Aimar dispusó de tres ocasiones nítidas y Ewerthon y Sergio García. El empate no hace justicia a los méritos del Real Zaragoza. D’Alessandro estuvo soberbio en sus centros, cuando el argentino se engancha al juego su pierna es como un imán, y Aimar, metido en un partido que se libró a la desesperada, habría necesitado quince minutos más.  

El Valencia, que no falló anteayer en A Coruña, se escapa a cuatro puntos. Y espera con calma el próximo fin de semana, con David Silva convertido en el jugador joven más  valioso de la Liga probablemente. La Champions está algo más cara. Pero hay que seguir y aspirar a ella. Es necesario tener la ambición de estar muy arriba. Luego, la realidad (o la falta de juego o la ausencia de un poco de suerte, como hoy), ya nos colocarán en la UEFA. Por ahora, éste debe ser un equipo que mire al torneo más importante de Europa. Hay que aprovechar todas las oportunidades. Cada balón es un milagro, un regalo y una ocasión para cautivar a tanta gente que siente el equipo con locura. Y lo expresa a gritos y con una exclamación de entusiasmo y de decepción: un prolongado e inacabable: Ooooooooooh! Oooooooooooh!

Un domingo
como éste es un poco más amargo. Parece tener menos horas de sol.

 

ENTREVISTA CON PACO ORTIZ

ENTREVISTA CON PACO ORTIZ

Por Antón Castro .

 

[Hace algunos años, conversé con el gran locutor Paco Ortiz, de la Cadena Ser, que vivió muy de cerca la trayectoria del Real Zaragoza. Recupero esta entrevista, y la coloco aquí en homenaje al inolvidable locutor, ya fallecido, y a todos los zaragocistas]

 

Para algunos Paco Ortiz es gallego, coruñés del barrio de Los Castros, desde donde veía la torre de Hércules se alzaba en lontananza, el puerto con gaviotas y navíos, las playas de Santa Cristina y la ría del Burgo. Ese fue el edén de una niñez más bien tumultuosa donde hubo un poco de todo: sueños de marinería, episodios de estraperlo, peleas y muchas horas de radio en la alta noche del insomnio. En realidad, nació en Valdepeñas. Sus abuelos y sus padres eran maestros de escuela. Su padre, republicano, culto y lector, estaba al frente del Círculo Republicano de Valdepeñas. Olisqueó el fratricidio nacional y llevó algún tiempo al niño a Madrid.
--¿La Guerra Civil? Tengo leves recuerdos de todo aquel jaleo que se organizaba en Madrid: la quema de las iglesias, los bombardeos, la preocupación de no poder salir de casa. Tendría yo cinco o seis años y mi padre estaba detenido en la cárcel de Porlier. Y yo iba con la comida calentita todos los días. En ese momento, esperando en la larga cola que había, vi que salía de la cárcel. Le dije: "¿Te has escapado?". "No, no. Me trasladan a Jerez de la Frontera". Estuvimos un año o un año medio, y de ahí lo trasladaron a La Coruña, donde tenía que pasar por comisaría diariamente. Inhabilitado, decidió montar un pequeño negocio de vinos; al fin y al cabo tenía algunos campos de vid en Valdepeñas.

--He leído que usted tiene una infancia muy soñadora, de fantasías marinas, de leyendas y de barcos.
--Efectivamente. Ver el mar todos los días y ver a todos los barcos que salían de pesca a las seis de la mañana, oírlos después por la noche cuando hacían sonar las sirenas si traían un cargamento de pesca, impresionaba. Y también veía a las mariscadoras de la ría del Burgo donde cogíamos nosotros los berberechos gratis. Esa convivencia con el mar siempre me ha marcado. Sigo siendo un enamorado del mar.

--¿Estaba su padre obsesionado con la Guerra Civil?
--No trató ese tema mucho conmigo, pero se quedaba a escuchar siempre Radio Pirenaica, Radio Moscú, Radio París y eso me aficionó a la radio, de tal manera que yo fui un chico poco comunicativo, incluso con los de mi edad. Además, siempre corren las cosas en una ciudad pequeña y yo era el hijo del rojo. Con lo cual tuve mis problemas que resolví con palabras y a veces con los puños. Era un poco guerrillero. Tuve a un gran profesor, que lo recuerdo siempre, Curiel, padre del militante comunista Enrique Curiel. Daba clases de francés.

--En el prólogo de su libro Medio siglo de radio su hijo Ortiz Remacha insiste en que es usted solitario y esquivo. ¿Es verdad?
--Es cierto. Hablo muy poco salvo en la radio, que es donde tengo que hablar. Soy introvertido. Como me gusta bastante leer y escuchar música, mi mujer dice muchas veces: "Cuando quiero oírte tengo que poner la radio". Cuando hay más de cuatro o cinco personas, me siento un poco violento.

--Eso concuerda con su imagen de hombre, en ocasiones, desabrido.
--Sí. Soy un poco antipático hacia una persona que no me conoce interiormente. No quiero que descubran mis sentimientos hasta que no ofrezco mi amistad. Me gusta la soledad del micrófono y no puedo decir que me haya sentido a gusto con mucha gente.

--Disfrutaba mucho dializando y en su casa había dos radios: la normal de válvulas y otra que habían comprado de estraperlo.
--Sí. Llegaba un buque inglés que era La reina del Pacífico y se quedaba el barco en la bocana del puerto, muy cerca de la Torre de Hércules, para recibir las vituallas que necesitaba. Y claro, el tabaco Craven A o el Abdula lo llevaban a bordo; también llevaban aparatos de radio o perfumes o medias, y yo sabía donde se vendían esas cosas porque también me dedicaba, para conseguir algún dinerillo, a coger ese tabaco riquísimo y a llevarlo a algunos de los cafés y de los bares que había por la calle Oza. Vi un aparatito más pequeño que los normales de corriente eléctrica e hice todo lo posible por conseguirlo. Así ya no tuve que estar pendiente de lo que mi padre quería escuchar.

--Y en esa radio descubrió de repente la BBC...
--En un programa que se llamaba Más allá del río Amazonas. Lo hacían en español para Sudamérica. Hacían entrevistas, comentarios musicales, reportajes, y eso me hacía pensar: "Lo que yo estoy escuchando ahora mismo aquí, en La Coruña, de madrugada, a las tres o a las cuatro, lo oye gente que habla mi mismo idioma más allá del río Amazonas". Eso a un niño de ocho o nueve años le parecía magia. Descubrí bellísima música sudamericana y escuché a Beethoven porque la sintonía de la BBC era la Quinta Sinfonía.

De repente, por cuestión de obras en la calle Real, tomó la calle Oza para dirigirse al instituto que estaba en Riazor y en una librería descubrió el libro Tu futuro es la radio. Lo compró y aprendió a hacer guiones. Con apenas catorce años, niño en pantalón corto aún, escribió El hijo del tuareg, lo pasó en la vieja Hispano Olivetti familiar y lo cursó a la emisora de Radio Nacional. Le contestaron de inmediato, lo recibió con perplejidad el jefe de programas Martínez--Anido, y le invitaron a leerlo un sábado de 1948. Recibió la enhorabuena de locutores casi legendarios como Baladrón, Emilio Díaz o Enrique Mariñas. Siguió escribiendo un guión a la semana y radiándolo. Todo iba viento en popa. Adolescente imberbe aún y osado, empezó a conducir un programa sobre los marineros gallegos que faenaban en el Gran Sol desafiando a la muerte y a las voraginosas olas. Leía las cartas de las mujeres y los hijos de los marineros, algo que haría después en Zaragoza con los mensajes que le llegaban al primer programa nocturno que presentaba.

--Fue el primer programa de madrugada que hubo en España. Mi gran frustración es no haber podido usar el teléfono porque entonces estaba totalmente prohibido. No podía salir a antena ninguna voz que no pasase antes por la censura. Leía las cartas que me escribían desde Alemania, Francia, Bélgica, y las comentaba, aquello fue maravilloso. Es el programa que con más cariño he hecho. Se emitió, de una a cinco de la madrugada, en 1956 después de numerosísimos problemas con la burocracia. Se terminaba la programación normal con el "Viva Franco, Arriba España" y con el himno nacional. Había diez minutos de silencio y yo comenzaba con la sintonía de Lo que el viento se llevó. No se hacían pesadas las cuatro horas porque poníamos mucha música y llevábamos a los artistas que pasaban por la ciudad.

--En 1951 había venido a Zaragoza porque aquí necesitaban un locutor de deportes.
--Sí. Había subido el Zaragoza ese año a Primera División. Mi vida en la radio ha sido una cadena de coincidencias tremendas. El año que yo nací, en 1933, se descubrió el disco blando, las emisoras norteamericanas ya podían grabar fuera y podían guardar ese disco para transmitirlo al cabo de dos o tres o seis días, porque era una cera especial que duraba muy pocos días. En 1948, cuando realicé aquella lectura se inventó el magnetofón de hilo. Y el año que vine se descubrió el disco microsurco. Y hasta mi boda tiene que ver con la radio...

--Es una historia muy romántica y apasionada. Fue usted a entrevistar al maestro de forja Pablo Remacha.
--Pablo Remacha, era un hombre recio, duro, de carácter muy serio. Al estrecharme la mano casi me la rompe. Vino con él una cría que tenía trece años, con unas coletas larguísimas, y de verdad, de verdad que existe el flechazo. Vi aquella criatura y la verdad es que me quedé mudo: tan bonita, tan delicada. Cuando le di la mano, al despedirme, experimenté una sensación extraña, tanto es así que pensaba diariamente en ella. Y yo mismo me decía: "¿Cómo puedo yo, un hombre hecho y derecho, ocho años mayor, enamorarme de una niña?". Tenía mala conciencia.

--Ahora lo llamarían pederasta.
--Intenté hacer amistad por todos los medios con la familia Remacha, no por ver cómo trabajaba el artista precisamente. Ella venía a verme aquí al Pasaje Palafox a los concursos de cara al público; de tapadillo íbamos a los cines tolerados, paseábamos y la gente me miraba de una manera un poco extraña. Yo tenía una vespa, una de las primeras que llegaron aquí a Zaragoza. Se enteraron sus padres de esos paseos y no les sentó muy bien. Era junio y estábamos en un pequeño jardincito de su casa. Les dije: "Pablo, Marcela, tengo que comunicaros algo trascendental para mí y para vosotros. Me voy a casar con vuestra hija". Pablo Remacha me miró de tal manera que me fundió como cuando machacaba el hierro duro. "Paco --dijo--. ¿No habrá pasado algo anormal?". "Pablo, soy un caballero". Ellos aceptaron porque me querían muchísimo también, esperando que la boda fuese dentro de cuatro o de cinco años. "Pero es que esto además va a ser rápido, eh. El 25 de enero". Insistí: "Mira Pablo, aquí hay dos cuestiones. O me caso con ella o la rapto y me la llevo aunque organicemos el escándalo del siglo. No puedo vivir sin ella". Hubo un lío familiar tremendo. Hubo que hacer unos trámites religiosos tremendos y ahí Alfonso, mi hermano, que no aprobaba la idea, me ayudó mucho.

--No me extraña que le guste contar esta historia. Es preciosa y parece inverosímil. Pronto se convirtió en el locutor del Real Zaragoza. ¿Conocería muy bien el campo de Torrero?
--Durante cinco o seis años. Allí asistí a la lesión gravísima de Avelino Chaves. Radiaba en una torreta que estaba justo en el córner donde se produjo la entrada de Olivares. Se oyó el chasquido de tibia, peroné y rodilla, y el grito de dolor de Chaves me ha quedado en el cerebro como una de sucesos más impactantes de mi vida profesional. Perdimos a un gran jugador, era un extremo parecido a Gento: poseía un regate, una velocidad, una visión del fútbol...

--Y hay otra historia que cuenta en el libro: su admiración por Jacinto Quincoces, que fue entrenador del Zaragoza.
--Para mí Quincoces era un ídolo. Yo coleccionaba sus cromos, escuchaba las retransmisiones que hacía Enrique Mariñas de Zamora, Ciriaco, Quincoces, de la selección. Era un jugador al que no pude ver, pero por su manera de ser y cómo hablaba de vez en cuando. Era un señor. El deportista debe ser siempre un señor. él lo era. Afabilísimo, culto. Hablábamos de los grandes conocimientos que él tenía. Me impresionaba su gran humanidad.

--Uno de los periodos más bonitos fue la llegada de Los magníficos. ¿Cómo vivió esa etapa?
--Con Los Magníficos hice amistad personal, cosa que ya no he vuelto a hacer excepto con los jugadores gallegos. Porque ellos sabían que yo no iba a contar nada extradeportivo y tenían la libertad de pedirme un cigarrillo, de pedir café con un poquito de coñac. A mí sólo me interesaban los 90 minutos de juego. No he querido saber nada nunca de la vida particular de cada jugador. Gracias a Los Magníficos fui locutor internacional.

--Le he leído dos anécdotas maravillosas como aquel partido del Zaragoza contra el Leeds.
--Ha sido el mejor partido que le he visto al Zaragoza jamás. Y he retransmitido cerca de 1800 partidos. Era una eliminatoria europea y se tuvo que jugar el desempate en su campo. Estaba el campo lleno, Jackie Charlton era el capitán. El Leeds era un equipo potentísimo, pero, amigo, fueron 20 minutos de juego maravilloso y los nuestros marcaron tres goles. Nunca vi jugar así al Zaragoza. Carlos Lapetra se convirtió en un jugador de ajedrez, dio dos pases pases perfectos a Villa; creo que marcaron Villa, Marcelino y el propio Lapetra. El Zaragoza jugó con una categoría, con un estilo... El público aplaudía a rabiar. Nunca se me olvidará por dos motivos: el árbitro era manco, y porque Jackie Charlton le hizo varias indicaciones para que parase un poco, por favor, que estaban desconcertados. Ellos marcaron dos goles en el segundo tiempo. Cuando se retiraron los jugadores del Real Zaragoza el público no se marchaba del campo: seguía aplaudiendo, hasta tal punto que el delegado del Leeds tuvo que bajar al vestuario y sacarlos con pantalón, con camiseta, con chándal y dieron la vuelta al campo. Al día siguiente, el periódico ponía: "Nos han derrotado, pero lo que hemos aprendido bien vale una derrota".

--Y luego usted cantó el gol de Nayim en París, el gol del siglo para Aragón.
--Para mí hubo dos goles importantes: el que marcó Marcelino a Rusia en Madrid. Otro gol que canté también fue el de Rubén Sosa en la final de Copa al Barcelona. Y el gol de Cardeñosa que casi canté dentro. ¿El gol de Nayim? Cuando vi a Nayim con la pelota creí que iba a pararse un poco, y cuál no fue mi sorpresa cuando le dio al balón y fue tan lenta la parábola, tan hermosa... Fue el gol más largo y el que canté durante más tiempo porque me dio tiempo de tomar aire y fuerza. Fue la apoteosis total. Fue un gol hasta musical. El fútbol cuando se hace bien me suena a música. Pero por desgracia...

--Sí, dígalo, es usted muy crítico con el periodismo deportivo que se hace ahora. ¿No es eso?
--Estoy totalmente desengañado. La figura del locutor narrador ha desaparecido y es una pena porque antes narrábamos el partido completo o, cuando yo empecé con José María García (estuvimos juntos ocho años), él hacía una apostilla o un pequeño comentario y yo narraba el partido. Ahora, ¿qué es lo que sucede? Ahora está un entrenador, un artista de cine, un ex--jugador, un ex--árbitro, un torero, además del comentarista... Y claro, al locutor no le da tiempo a contar lo que pasa, va a terminar desapareciendo. Eso en la parte técnica. En la parte moral, el que se hable más de un presidente, de su mujer o de su amante, de un árbitro, de un consejo de administración, y que no se hable del futbolista, y si se habla de él, se comenta lo que come, con quién sale, lo que hace... El locutor deportivo lo es ahora de sociedad. La gente no ve el partido porque no se lo cuentan y en radio hay que contarlo. El locutor es un narrador directo para una sola persona que quiere saber qué ocurre.

--¿Y no puede ser que usted siempre se haya sentido una vedette y no acepte los nuevos métodos del trabajo en equipo?
--Mire, si yo hubiese sido una vedette hubiera ganado mucho dinero. No me he sentido vedette porque me ha resultado tan fácil, tan sencillo, que no hay mérito ninguno. La radio ha sido mi vida entera y mi ángel de la guarda.

Dicción clara, palabra exacta y pasión contenida por el Zaragoza, el club de sus amores. Esos fueron, y son, los dones de Francisco Ortiz García, manchego fugaz, gallego transterrado, aragonés ilustre, ilustrado e iluminado por el fútbol y la radio. Locutor emocionante: la palabra hecha gol y melodía.

DESPIECE

--¿Cuál es el entrenador que más le ha impresionado?
--Kubala, porque además de que era un gran jugador tenía una muy buena mano izquierda con los jugadores y lo respetaban.

--¿El jugador?
--El brasileño Sócrates me maravillaba. Tenía la música del fútbol, me hubiera gustado verlo en más partidos. Incluso más que a Pelé. Y Carlos Lapetra, el mejor jugador aragonés de la historia, al que me hubiera querido ver jugar en el Madrid o en el Barcelona o en el Milán.

--¿Un locutor?
--Matías Prats. Para mí es el Dios de la radio. El que mejor lo ha hecho siempre. La voz más perfecta, el que ha sabido situar siempre el balón. También Enrique Mariñas, que no era tan buen locutor, pero resumía mejor que nadie los partidos en diez minutos, un resumen que era una pieza literaria. Igual que Antonio Valencia.

--¿La mayor ovación que experimentó en un campo? Quizá el otro día con el saque de honor.
--Realmente no. Me emociono pocas veces. Tengo un corazón de 40 pulsaciones, fue muy bonito, precioso, sin duda. Mi mayor emoción fue cuando dije por vez primera en la SER: "Buenas tardes, amigos oyentes de la Cadena Ser, les habla Paco Ortiz. Comienza para España el Mundial de Inglaterra". El corazón, la verdad, pasó de las 40 pulsaciones.

--¿Qué ha significado el Zaragoza para usted?
--Primero el haberme hecho popular. Luego el haberme proporcionado aquí y fuera un fútbol magnífico. La gente quiere tanto al Zaragoza y yo he estado tanto con el equipo que tal vez comparta ese cariño también conmigo.

--¿Un profesional y, sin embargo, amigo?
--Hubo un gran profesional, y lo sigue siendo, que es José María García, que no tiene una gran voz, pero es un gran comunicador. Estaba preocupado cuando empecé con él a partidos de la selección española por si me iba a comer el micrófono y no me iba a dejar hablar. Pero nos llevamos perfectamente y nos compenetramos muy bien. Yo no conviví con él, fue un gran compañero pero no tuve la oportunidad de ser un gran amigo suyo.

--¿Tu poeta?
-Me ha gusto mucho recitar a Lorca, dice cosas muy bellas, y me ha gustado sobre todo leer a Juan Ramón Jiménez, tanto en prosa como en verso.

--¿Un músico?
--Soy un enamorado de Vivaldi, todas las noches me acuesto con Vivaldi, tengo todas sus obras y lo conozco muy bien. Sus grandes sinfonías entroncan perfectamente con mi espiritualidad. Lo que más me ha gustado ha sido la música. El que ama la música creo que ama la vida y se convierte en una criatura mucho más humana. Hablo de la música y de las bellas canciones.

--¿Y la palabra?
--La palabra está en La Biblia, el verbo, y además es lo que nos distingue de los animales. Porque claro, físicamente, no sé si descendemos del mono o de lo que sea, pero la palabra nos pone en comunicación con las demás personas y a través de ellas enamoramos a nuestras mujeres, hacemos amigos y enemigos. Luego, la palabra es el hombre.

--¿Cómo le gustaría ser recordado?

-Como una voz en compañía, una voz familiar, una voz que ha estado en los hogares, que ha comido y ha viajado con ellos. Un amigo desconocido. Un locutor no tendría jamás que ser visto, es la voz la que llega, la que enamora, la que ilusiona.